domingo, 27 de noviembre de 2016

El Fidel que conocí



Fidel ha muerto, pero es inmortal. Pocos hombres conocieron la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es uno de ellos. Perteneció a esa generación de insurgentes míticos -Nelson Mandela,  Patrice Lumumbar, Almicar Cabral, Che Guevara, Camilo Torres, Turcios Lima, Ahmed Ben Barka- que, persiguiendo un ideal de justicia, se lanzaron, en los años 1950, a la acción política, con la ambición y la esperanza de cambiar el mundo, de desigualdades y de discriminaciones, marcado por el comienzo de la Guerra Fría  entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

En aquella época, en más de la mitad del planeta, en Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, los pueblos oprimidos se sublevaban. La humanidad aún estaban, entonces, en gran parte, sometida a la infamia de la colonización. 

Casi toda África y buena porción de Asia se encontraban todavía dominadas, avasalladas por los viejos imperios occidentales. Mientras las naciones de América Latina, independientes, en teoría, desde hacía siglo y medio, seguían explotadas por privilegiadas minorías, sometidas a la discriminación social y étnica, y, a menudo, marcadas por disctaduras cruentes, amparadas por Washington.

Fidel soportó la embestida de, nada menos, que diez presidentes estadounidenses (Einserhower Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con los principales líderes que marcaron el mundo, después de la Segunda Guerra Mundial (Nehru, Nasser, Tito, Krushov, Olof Palme, Ben Bella, Boumediene, Arafat, Indira Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François Mitterrand, Juan Pablo II, Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayasamín, Cartier-Bresson, José Saramago, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Noam Chomsky, etc). 

Bajo su dirección, su pequeño país (100 mil km2, 11 millones de habitantes) puedo conducir una política de gran potencia, a escala mundial, echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos dirigentes no consiguieron derribarlo, ni eliminarlo, ni, siquiera, remodelar el rumbo de la Revolución Cubana. Y, finalmente, en diciembre del 2014, tuvieron que admitir el fracaso de sus políticas anticubanas, su derrota diplomática, e un proceso de normalización que implicaba el resto del sistema político cubano.






Por Ignacio Ramonet